Tic, tac, tic, tac. Avanza el reloj. Vuela la pelusa. Vuela la libélula.
El perro corre tras la libélula y la risa templa mi frustración. En cierta manera consiguen amenizar mi sátiro camino hacia Liechenstein.
Vuela la pelusa. Vuela la libélula. Vuelan lejos del camino y el perro deja de correr.
El camino se vuelve más sátiro y empiezo a perder mi sensatez.
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